martes, 9 de diciembre de 2008

Destino (Cuento)

I Una pésima resaca
Era una mañana soleada, los rayos penetraban la ventana perforando con su calor el cerebro seco por el vodka, unos labios arrugados y secos como la tierra en el desierto, con la misma cantidad de agua en su garganta, y un olor a tabaco en su cabello negro y desordenado. La mitad de la memoria quedó en las escaleras de ese bar junto con su tacón. En un intento de ver si su cuerpo reaccionaba ante el impulso de deseo de sentir el agua hidratando sus neuronas se levantó y se dirigió al baño, arrastrando sus pies por la madera de su pequeño cuarto lleno de harapos en el suelo, al llegar al espejo y ver su rostro envenenado por la noche, sus ojos llenos de maquillaje viejo, tomó el vaso y lo llenó de agua, dirigiéndose a la ducha a paso lento, abrió la cortina y encontró un cuerpo tirado en la tina, sus manos comenzaron a temblar dejando caer el vaso al filo de la tina, quebrándose en tres, la más grande quedó enterrada en la espalda del pobre hombre, creando una herida que ya no haría diferencia en esa masa fría al lado de una línea de cocaína.- ¡Ahhhhhhhhh Eric! Gritó.


II 7 Meses antes
- Cristina…. ¡Cris! … ¡Cristina! Eran los gritos de Sofía al ver a Cristina salir de su clase de pintura que acabada de retirar, atravesando el pasillo de la facultad en su intento de esquivar las mil y una personas en su frente después del maravilloso timbre de las 4pm. Pero Cristina había salido muy rápido, su rastro no duro más de veinte segundos entre tanta gente.Cuando llegó Sofía al estacionamiento sólo logró ver la parte de atrás del bus en el que iba Cristina, con un poco de furia en su mirada gritó: – Cristina ¿qué pasa, estás bien?.. ¡Llámame!Cristina iba directo donde su padre, tomó el primer vuelo que le pagó su mamá, el peor viaje de vuelta a casa, casi con el mismo sentimiento como con el que se fue de ella y en su mente la misma imagen que no la dejaba dormir hace ya una semana.


III Un año antes
Eran las cinco de la tarde de un jueves, y Cristina no salía de su cuarto desde hace días, pequeñas cantidades de comida por todo el cuarto fueron los intentos de su madre de que comiera algo, sus ojos se perdían entre tanta hinchazón de su llanto, el parpadeo de la maquina contestadora anunciando los mensajes de voz ocasionados por la ira de Cristiana al no querer contestar las llamadas. Un mundo destruido y resumido en un anillo de quince mil dólares enterrado a siete metros bajo tierra, o literalmente en el fondo del basurero junto restos de fotografías que describían viajes al paraíso. Si pudieras tomarle fotos a los sueños, serían esas.- ¡Cristina! Gritaba su madre desde afuera del cuarto, en su mano sostenía un boleto proporcional a su sonrisa, tres semanas en el cielo. - ¡Cris! Ábreme. Cristina abrió la puerta de su cuarto y vio en las manos de su madre el tiquete de escape que su mente gritaba por auxilio, se abrazaron y se dispuso a hacer las maletas lo más pronto posible.Eso no paró el llanto, pero al menos ya había salido de su cuarto.



Al salir del aeropuerto tomó un taxi y se dirigió al mejor hotel de la ciudad, ordenó un poco de comida al servicio de habitación junto con tres botellas de vino, las cuáles no duraron las cuatro horas.
A la mañana siguiente su cabeza pesaba siete toneladas, pero se dio cuanta que le dolía más la cabeza que el recuerdo. Salió en busca de algo que hacer para pasar el tiempo, después de varias horas recorriendo la ciudad, vio un campo deportivo donde predominaba el verde, brillante y lleno de vida, se dirigió en busca de información.
-Buenas tardes, mi nombre es Sofía. Cristina vio en esa cara una vida llena de adrenalina y vivacidad e inmediatamente con el afán y las ganas que le gritaba su cuerpo de sentirse así, tomó los cursos de tenis.
Conforme pasaban los días, el recuerdo de su dolor se iba en cada golpe de la raqueta, sus pulmones estaban cada vez mas llenos, pero sus días ahí se agotaban.
Sofía le propuso vivir con ella, ya habían creado un lazo más fuerte de confianza para proponerlo, y aún más para aceptarlo.Sofía era de clase alta, igual que Cristina, por lo que las comodidades de la casa eran muy parecidas.



"Madre, encontré el lugar que me limpió la tristeza, me barrio toda mugre pegada en mis zapatos, he decidido no volver a casa, espero lo entiendas."
Fue la última carta que recibió la madre de Cristina, al principio lo entendió, pero pasado dos meses su irá fue creciendo, no sabía nada de ella, al octavo mes cortó sus tarjetas de crédito. Al cabo de diez meses su padre recibió una carta con la dirección de la casa de Sofía, inmediatamente partió en su busca.
Cristina ya había creado una vida junto a Sofía, era la hermana que ninguna de las dos tuvo. Cristina entró a los cursos de pintura en la misma escuela en la que se encontraba Sofía, compartían todo menos los amores.
Una noche de esas de tantas que tenían juntas, recorriendo la ciudad de noche, divirtiéndose y sintiendo en la palma de las manos la virtud de su juventud, se dirigió al mesero pidiendo la cuenta, ahí se entero que su tarjeta le era igual de útil que sus recuerdos.
Al pasar los días, se iban venciendo los pagos de los cursos, se iban agotando las noches largas de risas y alcohol, las cenas en restaurantes lujosos y el salir de tiendas con bolsas llenas de parches para la mente. Sofía la ayudó en lo que pudo, pero no podía seguir cargando con dos cuentas, así que entre las dos le escribieron una carta al papá de Cristina, para no hacer tan obvio de su problema económico, lo invitó a pasar un tiempo con ella.

Bésame el cuello que me encanta, le dijo, la tomó entre sus brazos fuertes y varoniles, con un brazo rodeaba su pequeña cintura, y con el otro la tenía tomada de su cabeza mientras la besaba como nunca nadie lo había hecho antes, con un fuerte e inesperado jalonazo de su cabello dejó al descubierto su cuello, besándolo hasta saciarse, mientras delicadamente bajaba su falda. Fue una noche inolvidable, hasta para Cristina, que llegó al final de tal acto encontrando a Sofía montada sobre las caderas de su padre. Cristina con la misma fuerza con la que golpea una bola de tenis en su último saque, revienta la puerta, para no volver más a esa casa.
- ¿Qué fue eso? Dijo Sofía.
- No sé… ¡no pares! Le respondió.




Cristina después de una semana de no saber si el amargo de su comida lo ocasionaba el recuerdo o es así como saben los desperdicios de restaurantes, o tal vez ocasionado por el constante olor que le llegaba de su nuevo trabajo. Luego de dormir en moteles baratos, pagándolos con la limpieza de los mismos, decidió enfrentar a su padre.
Tomo el teléfono prestado, con lágrimas en los ojos llamó a su madre, con la poca voz que le salía de adentro le pidió dinero para volver a casa.Se metió en un cuarto dizque a limpiarlo, tomó un baño y se dirigió a la facultad a ordenar cuentas.





IV Recapitulando
- Cristina…. ¡Cris! … ¡Cristina! Eran los gritos de Sofía al ver a Cristina salir de su clase de pintura la cuál acabada de retirar….

V
Al llegar donde su padre, este la recibió con alegría e ira en sus ojos,-¡Cristina, hija!, ¿qué pasó contigo? No podés hacer eso y dejarnos a tu madre y a…- Con que moral vienes a decirme lo que es correcto y lo que no (con esas palabras cortadas y sus puños temblorosos interrumpió a su padre)Él entendió a lo que se refería, se tomo del pelo, dio media vuelta e intentó explicarle. Los gritos de Cristina iban con tanto dolor, que era inútil cualquier intento de mejorar la situación.Después de una larga discusión, con sus ojos agotados y su caminar cruzado, se marchó.

No podía volver a ese mundo de apariencias, pero tampoco quería sentir nuevamente el amargo de la basura.Encontró un trabajo digno y de poca paga en el centro, con eso rentó un cuarto en un edificio, y pasó a tener amistades de poco fiar, pero al menos eso lo sabía, era más real.

Cambió sus cosmopolitans por alcohol casi etílico, sus cigarrillos con sabor a chocolate por hierba, y su moral por cocaína.
Fueron varios meses al abandono social, un desperdicio público.
Harta del poco dinero, y conociendo las calles del centro, vio una mejor manera de mejorar un poco su vida, un trabajo no tan digno, pero de mejor paga. Se lavó la cara, se puso algo de ropa, sus zapatos de tacón y se fue en busca de cariño y dinero.
Ella siempre fue hermosa, las luces le pegaban al ritmo de la música, sus piernas firmes de un pasado deportivo, una sonrisa libre por la ayuda de químicos, y una vestimenta llamando a la presa.
- Hola, me llamo Eric. Y con esas palabras y una botella de Vodka se ganó un tiquete a la cama, después de unos tragos de más, bajaron las escaleras del lugar, a como podía mantenerse en pie, dejó su moral allí junto con su tacón el cual se quebró en tanto intento de mantenerse erguida. Se dirigieron al cuarto de Cristina e inició el cortejo así como su día laboral.



VI Una pésima resaca // recapitulando
A la mañana siguiente, se dirigió al baño, abrió la cortina y encontró un cuerpo tirado en la tina, - ¡Ahhhhhhhhh Eric! con un galillo tan agudo como sus ganas de morir. Tomo el dinero de la mesa y corrió lo más rápido que pudo.
Al llegar a la tercera esquina se detuvo casi sin aliento. Toda temblorosa paró en un café percatándose de que debía pensar en frío, y para calmarse decidió tomar un Moka, meses sin sentir tan siquiera el olor de la deliciosa bebida, quería aprovechar su dinero extra y en momentos así, necesitaba algo que la calmara y con el deseo de que el olfato la llevara de vuelta a su hogar. Con sus manos sudorosas apartó un billete para pagar, tomó la tasa y se sentó en una esquina de la cafetería.Conciente de que no tenía salida y en su departamento hallarían el cuerpo junto a todas sus pertenencias, respiró profundo y comenzó a beber el moka, sintiéndolo acariciar cada partícula gustativa, su olor la llevó a dar un paseo entre las nubes, no existía nadie a su alrededor, fue feliz durante ocho minutos.
Al salir de la cafetería y mirar hacia su departamento vio las luces rojas dando vueltas y un cuerpo en una sábana blanca más limpia que cualquier atuendo que imaginase en su habitación, caminó erguida con la mirada fija y una sonrisa de esas que había perdido ya hace mucho, sintiendo cada partícula de oxígeno recorrer las venas mientras se dirigía nuevamente a su cuarto, sabía que era el fin, o al menos el final de estar en las calles.


VII
Eran las cuatro de la mañana y Cristina continuaba con olor a fiesta y a amargura, sentada en ese banco de cemento situado detrás de unas rejas frías y solitarias, comiendo del pan tieso que tenia cerca de ella.
Pasadas las cinco de la mañana, despierta Cristina a causa de un olor como a flores con miel, un olor que la trasportó directo a una clase de meditación donde te llevan a ese lugar bonito en tu interior. Se acerca un oficial y abre la celda, en ese momento Cristina sintió el vacío del vértigo, en una combinación de odio con vergüenza logra ver el rostro de Sofía tan limpio y fresco como el día que la conoció en ese campo de tenis.
-Pagué tu fianza, no es una manera de pedir perdón, tómalo como una deuda que tenía pendiente.
Cristina apenas y lograba hablar, mientras su cuerpo se desintoxicaba de tan maravilloso olor, el cuál quedó en una esquina del pequeño perímetro de 3 x 3 envuelto en el pan que comió la noche anterior, limpiándose la boca se dirige hacia el otro lado de las rejas.
-Vi tu rostro en las noticias y vine en cuanto pude, le dijo Sofía, mientras Cristina no detenía su paso fuera de la delegación.
-¡Cris… háblame!
- Comí basura, bebí odio, sueño todos los días con el sonido de la ciudad de noche, los gemidos de las putas y los disparos de sanguinarios en busca de dinero, olvidé caminar erguida, y perdí toda vergüenza. Aún siento el puño de Eric golpeando lo que me quedaba de decencia, y aún así, soy más honesta que vos.
Dio media vuelta y siguió su camino, al llegar a la puerta se volvió y con rencor en su garganta le dijo: - por cierto, los gemidos de las putas son muy parecidos a los tuyos.


VIII
Tras una serie de investigaciones, a Cristina no la pudieron culpar por la muerte de Eric, pero si por posesión de substancias químicas en su alma y en su cuarto, por lo que debía realizar trabajo comunitario durante 1 año.
Le ordenaron entrar a ayudar en una especie de clínica especializada, Cristina tenía que cuidar a los pacientes en su proceso de curación tanto física como mental al trauma, le habían dejado bajo su responsabilidad al paciente del cuarto treinta y tres. Una joven de veintiocho años, totalmente enyesada y sin poder hablar después de caer de la azotea de un edificio.
Firmó los papeles legales y se dirigió de vuelta al Centro de la ciudad a ordenar lo que había dejado.

Comienza a sentir una taquicardia nerviosa en lo que se va acercando a su edificio, en su mente aparecen las imágenes de la ambulancia retirando el cuerpo, las miradas de satisfacción de sus vecinos como si lo sucedido hubiese sido el resultado a sus rezos, mientras sube las escaleras logra oír el vaso cayendo al filo de la tina y el grito se repite en eco dentro de su cabeza. Temblorosa logra abrir el cuarto y se dirige directo a su cama en donde cae desplomada como si hubiese perdido total control de su cuerpo, un llanto incesable saliendo del alma y mil imágenes y sonidos saliendo de sus puños los cuales comenzaron a sangrar al enterrar sus uñas.

Al día siguiente supo que no podía permanecer más en esa habitación, tomó sus pertenencias y se mudó a una casa de ayuda cerca de la clínica donde debía cumplir su condena.
Se recogió el cabello, lavó el rostro y se colocó la bata rosada que debía usar.
Mientras caminaba por esos pasillos verdosos llenos de puertas a su alrededor, el único sonido era el de sus zapatos y el de las ruedas viejas de las camillas, en cada puerta una historia que contenía una tragedia.
Le era difícil encontrar la habitación treinta y tres, puesto que todo el edificio era igual sin importar el pabellón, se detuvo frente a una puerta y decidió entrar a preguntar en cuál habitación estaba. Al entrar vio a un niño al parecer sano en la cama, -¡Hola niño, soy Cristina! El niño en un intento de movilizar la comisura de sus labios para sonreír, sus ojos no se lo permitieron y sonrió con una lágrima. Cristina conmovida, se acercó a él y le preguntó - ¿Qué haces aquí? –Soy Miguel… acabo de perder mis dos brazos. Cristina permaneció callada y un poco asustada, esperando que el niño continuara su historia, se acerco a la cama y se sentó. - mi padrastro es arquitecto ese día lo acompañé a una construcción, habían tantas cosas para jugar que esperé el momento en que se distrajera para apartarme, en lo que salí corriendo me tropecé y pegué contra una maquina extraña que dejó caer unas cajas pesadas sobre mis brazos…. ¿Y vos que haces aquí? Le preguntó Miguel.
Cristina no encontró la forma de explicarle a ese niño su historia, por lo que se levantó de la cama y le dijo que estaba ahí porque venía a visitar al paciente de la treinta y tres y que estaba perdida. El niño no supo explicarle como llegar pero le ayudó diciéndole que la habitación de él era la catorce y que los pabellones se dividen de diez en diez. Una información muy útil pero poco exacta, así que se despidió y siguió su camino.
Se dirigió tres pabellones más allá, en su des ubicación abrió otra puerta, entró despacio y vio un hombre con el rostro vendado, parecía dormido y por la ropa que vio doblada en el sofá, y sus manos que salían de las sábanas, podía calcularle unos treinta y cinco años. No quiso despertarlo, por lo que cerró la puerta y se dirigió al cuarto de al lado.
Al entrar vio a una mujer enyesada y le preguntó si era la treinta y tres, ella asentó la cabeza con un si. Cristina lentamente entro al cuarto, con un paso un poco asustado y viendo hacia toda la habitación se sentó en el sofá, sabía que su paciente no hablaba por lo que no tenía que molestarse en entablar conversación.
Pasada varias horas, después de un silencio eterno en donde sólo se lograba oír su propia respiración, se escucha… -¿Sabes que pasó con el muchacho de al lado? Le preguntó Cristina a su paciente muda, ésta la volvió a ver a los ojos con rostro malencarado. Cristina se calla, y continúa el silencio de las horas.
Pasado un tiempo se levanta Cristina para estirar sus huesos, y ve la hora en un reloj de pared, eran las seis de la tarde, con una sonrisa en su rostro hace el intento de despedirse de la paciente pero esta ni la volteó a ver. Saliendo del cuarto nota a los doctores entrando a la habitación del vendado, en un intento inútil se para de puntilla para mirar a través de la puerta.

Al otro día se dirigió a la clínica y pasó primero por donde Miguel, llevándole un chocolate que tenía por ahí, se sentó en su cama y le dio de comer, mientras ella le contaba sus historias del colegio y repetía un par de porras que aún recordaba con sus mímicas.
Luego se dirigía a la treinta y tres sentándose en el sofá resignada a que venía toda una tarde de silencio, dejó la puerta de la habitación abierta y con cualquier sonido se levantaba para ver si estaban haciendo algo en el cuarto de al lado.
Así pasaban sus semanas, iniciando el recorrido donde Miguel realizando piruetas para entretenerlo y largas y aburridas tardes donde la muda.
Un día, consumida en su mundo silencioso, tirada en el sofá nota algo brillante en el dedo de la muda. -¿es usted casada? La mujer la volteó a ver, y le respondió con la cabeza, Cristina volteó a ver su dedo, y le dice: - Yo una vez estuve a punto de casarme, y con esas palabras abrió el baúl que tenía enterrado ya hace mucho en el fondo del alma, comenzó a desempolvar los recuerdos, y así se volvió paciente de su propia paciente, tomo a la muda como terapeuta. - Hace poco más de dos años me iba a casar, con el llamado “Señor Perfecto” pero este me abandono sin decir una palabra, un día simplemente desapareció. Los primeros días era un llanto desgarrador, las siguientes semanas experimente una frustrante ira, no podía ni contestar el teléfono por miedo a que no fuese él. Un mes en cama, hasta que mi madre con su angustia me regalo un viaje que me trajo hasta acá, vaya.. largo viaje.
Y así sus días habían cambiado, la muda le daba dinero para comprarle el dulce a Miguel, con él recordaba su infancia y luego tomaba unas flores de la calles y se las dejaba a una enfermera para que se las llevara el vendado, y terminaba su recorrido llorando y sacando todos sus temores y traumas con la muda.

Al cabo de unos meses con la misma rutina, se acerca la enfermera de las flores, y le comenta a Cristina que el paciente de la treinta y dos había mejorado bastante y tras 4 cirugías reconstructivas hoy le quitarían las vendas. Cristina corrió en busca de las mejores flores de los jardines vecinos, y esperó que la enfermera la llamara,
- ¡Cris, ven! Le dijo.
Al entrar a la habitación estaba Marco sentado a la orilla de la cama, y le dijo:
- ¡Así que sos vos la que me ha estado trayendo las flores!
Cristina no lo pudo negar y menos con ese ramo gigantesco que tenia entre las manos, la enfermera salió del cuarto dejándolos solos.
Al cabo de dos horas, Cristina entra al cuarto de la muda y comienza a pegar brincos con gritos silenciosos de felicidad, - ¡Lo amo! ¡Lo amo! Decía sin parar.
Así que la entrada al cuarto de Marco se volvió parte de su rutina diaria.

Un día, estaba Cristina sentada en el sofá de la muda, sin mucho de que hablar, y de repente la muda le dice: -¡No me caí, me tire!... Cristina en un movimiento rápido de su rostro la volteó a ver. –Me llamo Adriana, Fui a visitar a mi esposo a su trabajo y lo encontré con otra, salí corriendo para la azotea sin ánimos de nada, al llegar arriba tuvimos una discusión fuerte, y en cinco segundos de poca lucidez y con mis ganas de que se sintiera bien culpable me lancé, ¡pensé que era menos alto!... desperté y estaba aquí, en este pequeño universo aislado del exterior, y con la hinchazón no me salió el anillo, pero apenas salga de acá iniciaré el divorcio.
Cristina lograba meter botellas de vino al cuarto de Adriana, y así realizaban sus terapias con ayuda de la enfermera la cuál colaboraba bebiendo,

y después de sus noches de terapia se escabullía al cuarto de Marco.












IX
Eran las siete de la mañana mientras Cristina tomaba su café para despertarse y dirigirse a la clínica, en lo que se le acerca una compañera de habitación diciéndolo: -¡Cris, esto es para vos! … entregándole una carta ya un poco arrugada. Con el seño fruncido y mirada nerviosa se dispone a leerla, cada letra que leía pesaba más de una tonelada, haciendo de la carta la más pesada por lo que no la pudo mantener más en sus manos, toma sus pocas pertenencias que llevaba en el bolso y se dirige a la delegación con una solicitud de extenderle el plazo de su condena, fue algo imposible de concederle.
Lamentablemente la carta había llegado hace tres días, por lo que no logró ni despedirse de sus amigos en la clínica, las normas eran muy estrictas y nadie del exterior podía entrar.
Esperó todo el día fuera de la clínica por la enfermera, al verla salir Cristina se acerca con rostro de ilusión entregándole una bolsa de papel con varios objetos para regalar a sus amigos y solicitándole a la enfermera (con palabras salidas de la profundidad de su “yo” que creía muerto) darles la explicación del porque se fue sin despedirse, y un recado para cada uno.

Con el tiempo Cristina había aprendido a no apegarse a las personas, pero alejarse de esas tres fue de lo más duro que le toco hacer.

Ya con su cuerpo limpio y su mente sana, volvió a su hogar para cerrar el paréntesis que abrió esa tarde de domingo hacía ya dos años y siente meses.
Atraviesa la puerta de su cuarto, el cual estaba tal como lo había dejado, siente un vacio con olor a sal, y esa máquina contestadora aún palpitaba de recuerdos viejos. Con la curiosidad en la yema de los dedos, se acerca Cristina sin ningún pensamiento en su cabeza al teléfono, con su mirada penetraba el botón para oírlos, oír esa voz que un día amó, entregando alguna excusa comprada en el mercado. “piiiii, primer mensaje” – Buenas tardes, le hablamos de la Clínica Espezializada del Trauma, tenemos un paciente hace varias semanas que ha perdido su memoria y lo único que encontramos fue el nombre de Cristina Miurek y un teléfono en la billetera, favor devolver la llamada cuanto antes.
Petrificada y con el latido de su corazón en la lengua oyó el siguiente mensaje “piiii, segundo mensaje” Buenas noches, por favor devolver la llamada, tenemos un paciente con trauma y reconstrucción facial en la habitación 32 de la Clínica Espezializada del Trauma, y sólo tenemos el teléfono de Cristina Miurek, el paciente ha perdido la memoria y necesitamos que lo vengan a reconocer, cominiq…. Con la mirada ida y lágrimas en sus ojos borra Cristina los mensajes faltantes.
– Marco. Suspira sin aliento.

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